¿Qué importa esa última -pero última, última, ¿eh?- pelota de Diego Forlán que, cuando el arquero alemán no había llegado, reventó el travesaño?
¿Qué importa esa pelota, acaso? Como tampoco importa que, en vez de ser terceros, estos celestes que dejaron el alma -y más que eso, por momentos jugaron bárbaro- en el Mundial de Sudáfrica y, sobre todo, por si les faltara demostrar algo, en el partido de ayer ante Alemania, hayan terminado cuartos.
No importa. No importa nada. Porque en el corazón de la gente y en la imagen que dejaron, no fueron ni terceros ni cuartos; fueron imponentes. Asombrosos. Unos gigantes.
IMAGINARIO PODIO. Es cierto, los que subieron al podio, los que recibieron las medallas de Joseph Blatter fueron los alemanes; pero a estos celestes, que perdieron 3 a 2 y otra vez arrinconando al rival contra su arco, los espera un mayor homenaje: la admiración de su pueblo, de toda su gente, por estar entre los cuatro mejores del mundo y, también, por qué no, en un imaginario podio que les tiene reservado la gloriosa historia del fútbol uruguayo.
El trámite del primer tiempo corrió, a veces impreciso, casi siempre enérgico, rápido, por dos carriles muy bien marcados: Alemania teniendo una mayor posesión de la pelota, haciéndola correr con velocidad de pie en pie, haciendo correr a los celestes y buscando abrir espacios, y Uruguay esperando y saliendo con una decisión y hasta una verticalidad impresionantes en el contraataque.
De ese modo, entonces, en los 20 minutos iniciales dio la impresión -y, por supuesto, el temor- de que "corriendo la liebre", sobre todo en el medio de la cancha, donde Diego Pérez y Arévalo Ríos parecían cargar pesadamente con la mochila del enorme desgaste realizado durante el Mundial sobre sus espaldas, los celestes no iban a poder seguirle el tren a los alemanes, que estrellaron una pelota en el travesaño y se pusieron en ventaja luego del rebote cedido por Fernando Muslera ante el remate de Bastian Schweinsteiger desde afuera del área, en una jugada en la que, precisamente, quedó esa sensación de que los jugadores de Uruguay estaban quedándose atornillados a la cancha.
Sin embargo, una vez más en lo que iba del Mundial, igual que como pasó entre los 68` y los 80` del partido con los coreanos, y después del primer y tercer gol de Holanda, los celestes sacaron fuerzas de flaqueza, anticiparon en el fondo y en el medio, y empezaron a largarse hacia adelante -como ya lo habían hecho, incluso-, cuando mandaba Alemania, a través de los potentes y también hábiles desdoblamientos de Fucile, que en muchos pasajes tuvo resto para cerrar por detrás de la retaguardia y luego llegar hasta las cercanías del arco adversario.
En ese intento rebelde, guapo, por querer copar la para- da, entonces, fue que el "Ruso" Pérez le robó una pelota a Schweinsteiger, se la metió en profundidad a Luis Suárez, con gran visión de campo el salteño abrió la jugada para Edinson Cavani y el delantero del Palermo empató tras una gran definición al segundo palo.
Creció Uruguay, se achicó Alemania, al extremo de que los celestes malograron una situación clara de ponerse en ventaja cuando Suárez remató desviado sin ver que Forlán llegaba por el medio destapado y, como si no se hubieran ido al descanso, volvieron a salir para el complemento con Uruguay mejor parado en la cancha, como quedó demostrado cuando Arévalo Ríos se fue a robar una pelota a cara descubierta al fondo del área contraria y, luego de cumplir su objetivo, le pasó la pelota a Forlán y éste, de tijera, anotó el segundo tanto.
Después, el partido fue de nuevo al ida y vuelta, al planteo bifurcado de los 20 minutos iniciales: Alemania haciendo correr la pelota y Uruguay haciendo temblar al rival con cada contraataque.
Hasta que Muslera se quedó corto en un centro y llegó el empate de Jansen, quien cabeceó con enorme fortuna porque estaba de espalda al arco.
Siguieron igual. Meta y ponga. "Ringue-ranga". Alemania yendo con más gente arriba y hasta llegando mano a mano, porque Uruguay se jugaba entero para volver a sacar ventaja, como quedó demostrado cuando el "Ruso", extenuado, "liquidado", le tuvo que dejar el lugar a Walter Gargano.
GRACIAS. Y estaba para cualquiera, porque Suárez, aunque a veces se jugó la acción personal con algunos compañeros esperando el pase, tenía a mal traer y volvía locos a los defensores alemanes.
Entonces, vino un córner desde la derecha del ataque de Alemania, los rebotes en el área celeste y Friedrich que la manda a guardar.
No fue como en el Mundial de 1970, cuando Uruguay "ma-tó" a pelotazos a los alemanes, pero -como aquella vez- fue una lástima. Aunque no dio pena, ¿eh?
Ni siquiera por esa última pelota de Forlán que devolvió el travesaño. Estos celestes no dieron ni pena ni lástima. Dieron ganas de gritarles ¡gracias!, que fue lo que hicieron los hinchas con sus cantos, como si la selección hubiera ganado.
Es que, después de todo lo que dieron en el Mundial, y sobre todo después de lo realizado ayer, estos celestes igual iban a entrar en la historia del fútbol uruguayo, no importa si como terceros o como cuartos, sino como lo que fueron y son: unos titanes, unos gigantes.
Las estrellas
J. Fucile
Un espectáculo por la certeza con la que realizó innumerable cantidad de cierres. Además subió.
T. Müller
Cuando entró en juego apareció lo mejor de Alemania. Cerebral, talentoso, gran figura.
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