Todo presidente tiene límites para el ejercicio del gobierno, incluso en dictadura. Y más en un sistema democrático bajo normas constitucionales y legales y separación de poderes, que abre el espacio para el libre juego político y los contrapesos que significan la oposición y la ecuación de fuerzas del propio oficialismo.
Encaminado un entendimiento básico con la oposición a través de la participación de ésta en la conducción de entes y órganos de contralor, Mujica sin embargo, se ve enfrentado al iniciar su segundo mes de mandato a una serie de cuestionamientos desde el propio oficialismo.
Estos refieren a algunas iniciativas del presidente -algo genéricas por ahora- aunque también se han colado algunos vinculados a una cuestión de estilo del mandatario. La polémica incluye temas muy sensibles como la iniciativa para permitir la prisión domiciliaria de los reclusos mayores de 70 años, el uso de las reservas, el destino de los consumidores de pasta base y la eventual participación de militares en algunos planes sociales, entre otros temas. El tema más crítico, obviamente, es el relativo a la prisión domiciliaria que alcanzaría a los militares y policías presos por violar los derechos humanos, pero estas discusiones, de hecho, esconden una pulseada acerca de cuáles serán los verdaderos límites de Mujica para ejercer la Presidencia, cuál será su autonomía y qué tanto poder tendrán los partidos y la estructura interna.
Ante esta situación, el presidente ha reclamado unidad y compromiso; citó a una reunión de bancada del oficialismo y recordó su lealtad con el presidente Vázquez durante los cinco años pasados. Y, efectivamente, si hay algo de lo que no se puede acusar a Mujica es de deslealtad con su predecesor, porque a pesar de las diferencias que se fueron planteando entre ellos -algunas de las cuales alcanzaron una dimensión pública excesiva-, Mujica siempre supo alinear a su bancada detrás del gobierno.
Podrían ensayarse varias respuestas sobre esta situación pero, en primer lugar, parece claro que Mujica -a diferencia de Vázquez- no es el líder de toda la coalición, lo que potencia diferencias y promueve protagonismos. Pero además, también parece claro que los temas en cuestión no estaban suficientemente discutidos dentro del Frente Amplio. Y que el presidente, como estrategia, ha preferido lanzarlos igual a la opinión pública, confiado en sus fuerzas o aún prefiriendo el naufragio de una iniciativa a su no discusión.
En el caso de la prisión de los militares, además, se trata de un indiscutible gesto histórico de parte de quien sufrió en carne propia las peores torturas. Mujica reclama hoy que su fuerza política lo acompañe en ese y otros gestos. Y es que para un presidente -sobre todo al inicio de su gestión- el apoyo monolítico de su partido constituye un presupuesto básico para ejercer un gobierno sólido y con éxito. Esto también supone un adecuado equilibrio entre las propuestas del presidente y las ideas de quienes componen su fuerza política, en particular en una coalición tan compleja como el Frente Amplio.
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