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sábado, 26 de junio de 2010

solo es ... la bandera


Tenía que ser en África que el león se despertara. En 1954 Carlos Solé inmortalizó una frase: “el león herido sacude la melena”, cuando Uruguay empataba la semifinal en la Copa del Mundo. Muchos años más tarde y permitiéndome la irreverencia de modificar la magnífica metáfora, se puede decir que el león dormido se levantó de la siesta y ruge como antes.

Mientras 18 de julio revienta, la rambla se llena de gente, el Mercado del puerto explota y en el resto del país empiezan las caravanas, un grupo de jugadores y un cuerpo técnico festejan algo histórico en Sudáfrica. La imagen muestra cómo se tapa la cara de la emoción el gladiador Ruso Pérez, símbolo de todo lo que es este equipo. Cómo se abraza con sus colaboradores Oscar Tabárez, hacedor de este grupo. Cómo ríe Lugano, el capitán que dijo a 180 hace un buen tiempo que soñaba cada noche con levantar la Copa del Mundo. Cómo no se despegan Diego Forlán y Luis Suárez, autores de cinco de los seis goles de Uruguay en el Mundial.

Después de 40 años la Celeste vuelve a estar entre los ocho mejores del mundo. Lo hizo con sufrimiento, con padecimiento y con mucho sacrificio. Tres sensaciones que este plantel supo sobrellevar durante todas las Eliminatorias y que volvió a sentir en este partido de octavos de final.

El juego empezó complicado pero se abrió enseguida. A los cuatro un tiro libre de Chuyoung pegó en el palo y salvó a Uruguay y al record de Muslera. Si hubiera entrado no solo hubiera puesto en ventaja a Corea sino que el arquero hubiera quedado a dos minutos de superar la marca histórica.

Pero la sensación de fragilidad defensiva de Corea era evidente. Cada vez que Uruguay se aproximaba el fondo coreano padecía. A los ocho Cavani recibió por la derecha, encaró al medio y abrió para Forlán. Diego escapó y levantó un centro fácil para el arquero que tuvo un grosero error de cálculo. La pelota siguió de largo y la tomó por el otro costado Suárez. No son muchos los delanteros que siguen la jugada cuando ven que la pelota parece sencilla para el guardameta pero Suárez lo hizo y se encontró con el regalo que transformó en el 1 a 0.

Después del gol hubo buenos minutos de Uruguay que controló la pelota y lateralizó el juego. Hubo varios toques seguidos e intentos de acelerar cerca del área asiática.

Pero el partido fue cambiando. Corea comenzó a desbordar por los laterales y a hacer lo que mejor sabe: ponerle velocidad al juego. Uruguay perdió la pelota pero los asiáticos no lastimaron. Sí tuvieron la posesión del balón e intentaron por las bandas pero no lograron dañar.

Todo lo contrario pasó en el segundo tiempo. Después de una jugada de Suárez en el inicio, Uruguay perdió definitivamente el control del juego y Corea se transformó en el dueño del partido. Los laterales asiáticos comenzaron a complicar y cada vez que la Celeste restaba del fondo, la pelota volvía a los pies de los coreanos. No la controlaba Suárez ni Cavani. No la agarraba Forlán. No podían recuperar el Ruso y Egidio y el juego se concentraba sobre el arco de Fernando Muslera.

Cuando llegó el gol de Chunyoung a los 67 nadie se sorprendió. El empate se veía venir. Era cuestión de tiempo. Pero ahí se frenó Corea que pareció conformarse con el 1 a 1. Volvió a retroceder y le permitió salir del asedio a Uruguay que empezó a encontrar la pelota con un Ruso Pérez majestuoso y un Suárez que insistía en cada ataque.

El equipo mostró madurez y clase en el momento más difícil del Mundial hasta ahora y pegó en el momento justo. Pérez peleó con el alma una pelota que terminó en tiro de esquina. El centro lo recibió sobre la derecha Suárez, encaró hacia el medio y metió un consagratorio disparo que agarró la rosca justa, pegó en el palo y entró.

Quedaban 10 minutos de partido, de nervios, de sufrimiento. Para hacer todavía más dramático el final, una lluvia tremenda caía en Puerto Elizabeth. Corea tuvo el empate pero entre Muslera que tapó el tiro y Lugano que sacó en la línea mantuvieron el resultado.

El final llegó entre gritos de “terminalo juez”, “sacala Victorino”, “aguantala Cavani”, reproducidos por miles de uruguayos en cada casa, en cada bar, en cada rincón del país.

Cuando el árbitro pitó, los nervios se cambiaron por festejos y las suplicas por lágrimas. Vale la pena festejar esto aunque también vale ilusionarse con más. Como Lugano en su momento y como todo un país ahora. Si no, haga como dice Joaquín Sabina: “en la farmacia puede preguntar, tiene pastillas para no soñar”.

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