sábado, 12 de febrero de 2011
adiós , enfermito
Egipto empezó a caminar hacia un futuro lleno de esperanzas e incertidumbre. Los egipcios demostraron en 18 jornadas extraordinarias que la unión entre las nuevas redes sociales y las viejas manifestaciones podía derribar cualquier muro.
Fueron pacientes, constantes y pacíficos hasta el último momento, y triunfaron: Hosni Mubarak dimitió y huyó hacia su mansión de Sharm el Sheij, en el mar Rojo. Con el colofón de que Suiza congeló pocas horas después buena parte de su fortuna, estimada en 70.000 millones de dólares.
El Ejército asumió temporalmente el poder, con la promesa de una "transición pacífica" hacia "una sociedad democrática". La caída del rais, celebrada por Estados Unidos y Europa, abre también una nueva etapa en Medio Oriente. Mientras Israel y Arabia Saudí expresaron su inquietud por el cambio, los islamistas de Gaza, Irán y Líbano ven una oportunidad.
La declaración de Omar Suleiman fue breve. El vicepresidente que intentó heredar un régimen y fue engullido por los acontecimientos dijo: "En las difíciles circunstancias que atraviesa el país, el presidente Hosni Mubarak ha decidido abandonar su cargo. Ha encargado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que dirija los asuntos del Estado". Eso fue todo. Segundos después, como si 80 millones de egipcios hubieran estado escuchando el mensaje televisado, el país entero estalló en júbilo.
El tono desafiante que Mubarak y el propio Suleiman habían utilizado la víspera, la inmensa decepción y rabia que habían provocado en la multitud, quedaron lejos en un instante. Probablemente ambos sabían, cuando aparecieron en televisión el jueves por la noche, que el poder se les escurría de las manos. El rais (jefe en árabe) habló esa noche con un amigo personal, el ministro israelí Benjamín Ben-Eliezer, y le confesó que había llegado el final de su era. "Solo aspiraba a marcharse con dignidad", comentó Ben-Elie-zer. Ni eso consiguió. En el último momento, solo pudo huir en helicóptero de un palacio rodeado por manifestantes.
Los mandos militares hicieron saber a Mubarak, en algún momento del jueves, que su resistencia ya era inútil. Los generales, sin embargo, no querían empujar hasta la calle al que había sido su héroe y seguía siendo un amigo y un jefe respetado. Eso explicaría los confusos comunicados del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, el incomprensible discurso de Mubarak, mezcla de arrogancia, sentimentalismo y minucias constitucionales, y la confusión que dominó la jornada. "Hubo un pulso oculto entre el Ejército y el dúo Mubarak-Suleiman", explicó a la edición digital del diario oficialista Al-Ahram el general Safwat el-Zayat, ex dirigente de los servicios secretos egipcios.
Ante Egipto se abrían enormes esperanzas. También grandes incógnitas. El nuevo máximo dirigente, el general Mohamed Tantawi, se dirigió la noche de ayer a la nación para decir que el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas estudiaba la situación y sus próximas medidas, para homenajear a los jóvenes "mártires" de la revuelta y para rendir tributo a Mubarak por "sus sacrificios en tiempos de paz y de guerra". De Tantawi se esperaba una tutela temporal en la transición hacia la democracia. Eso era lo que había prometido en un anterior comunicado: conducir pacíficamente a los egipcios a una sociedad democrática. El Ejército ya había prometido levantar el estado de excepción cuando la gente levantara el campamento de la plaza de la Liberación.
Sus primeras órdenes, no confirmadas oficialmente, consistieron en la destitución del Gobierno y en la disolución del Parlamento. En cualquier otra situación, esas decisiones serían interpretadas como el inicio de una dictadura. En Egipto pusieron fin a un sistema impopular, tildado de cruel y corrupto. El hecho de que el general Tantawi no mencionara siquiera a Suleiman se interpretó co-mo una ruptura seca con el poder caído. No hubo el menor intento de simular alguna continuidad con el pasado.
Convenía recordar, en cualquier caso, que Tantawi era amigo de Mubarak y le había sido fiel hasta el final. Y que los generales de mayor rango, Tantawi y el resto de los miembros del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, fueron parte esencial de su gobierno y se beneficiaron de la corrupción. El Ejército se había negado a disparar contra la multitud en los momentos más críticos de la revuelta y eso, además de acrecentar su prestigio entre la población, permitió que la caída del régimen no conllevara un baño de sangre. No existía indicio alguno, sin embargo, de que los generales fueran fervientes demócratas, ni de que estuvieran dispuestos a renunciar a su poder y privilegios. Cabía suponer más bien lo contrario. La evolución de Egipto hacia un sistema de libertad y justicia no había hecho más que empezar.
La mayor potencia del mundo árabe disponía, al menos, de una nueva generación de políticos. No eran los ancianos Mohamed El Baradei o Amr Musa, que desde el inicio de la revuelta se postularon como posibles futuros presidentes, sino los 20 o 30 jóvenes profesionales que organizaron a través de Facebook y el correo electrónico una revolución inspirada en la de Túnez, pero de volumen y consecuencias mucho mayores.
Ben-Eliezer: "Solo aspiraba a marcharse con dignidad", dijo el amigo de Mubarak.
"Sabrán lo grande que es el pueblo"
En medio del estruendo de fuegos artificiales en el corazón de El Cairo, una multitud jubilosa mezcló exclamaciones de alegría con lágrimas de alivio cuando las manifestaciones prodemocráticas lograron la caída del presidente Hosni Mubarak.
"El pueblo derribó el régimen", entonaba la muchedumbre de cientos de miles de personas congregadas en la plaza central Tahrir y frente al palacio presidencial.
Las multitudes en El Cairo, Alejandría y otras ciudades rompieron a gritar, vivar y cantar mientras ondeaban banderas nacionales en un despliegue de entusiasmo. Danzaron, se abrazaron y levantaron las manos al cielo para orar después que el vicepresidente Omar Suleiman anunció la salida de Mubarak por la televisión. Algunos se postraron para besar el suelo mientras otros entonaban rítmicamente "¡Adiós! ¡Adiós!``
"Por fin somos libres``, afirmó Safwan Abou Stat, de 60 años. "Desde ahora, todos los que vayan a gobernar sabrán lo grande que es este pueblo
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